lunes, 18 de marzo de 2013

Francisco, el Papa de los confines...

                                                                                                                                                      Por Eduardo Casas
Que Francisco I sea el primer Papa latinoamericano y argentino después de dos milenios de cristianismo es una gracia histórica que marca la providencia de un tiempo esperanzador y profético para la Iglesia en su diálogo con el mundo. El componente latinoamericano y argentino es mucho más que una variable geográfico-cultural en el nuevo pontificado. Es una perspectiva teológico-pastoral que se asume universalmente en la práctica concreta del ministerio de Pedro. La incidencia latinoamericana y, particularmente argentina, es un horizonte inherente a la mentalidad de nuestro Papa que, seguramente, se traducirá en la praxis y en la doctrina petrina.
Sus palabras -en su saludo inaugural- lo ubican en un  lugar explícitamente escogido: “Saben que el deber del Conclave era dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo... Pero estamos aquí”. El Papa del fin del mundo es mucho más que una metáfora. Viene de nuestras latitudes que, para el centro europeo del corazón vaticano, es –ciertamente- los confines del mundo. Es el sur del sur. Que tengamos un Papa de los confines significa que se ubica en las fronteras, en el más allá del espacio conocido y reconocido. Un Papa de los umbrales donde están los que habitan más allá de todo límite humano: los excluidos, los vulnerables, los sufridos, los postergados y los olvidados. El Papa de los confines es el pastor universal de todos los confinados.
El Papa Francisco I es portador de una gracia pastoral inédita para el cristianismo del siglo XXI. Nos regala un lenguaje vital, sapiencial, humano, sencillo y profundo a la vez. Una palabra que empatiza con las problemáticas de los nuevos contextos culturales emergentes. Un Papa con perspectiva pastoral para los conflictos humanos y eclesiales entendiendo que lo pastoral puede llegar a ser una de las mejores políticas. Su palabra no está exenta del gesto, forman una unidad. Se primer gesto pontifical fue inclinarse ante la oración del pueblo creyente antes de impartir su primera bendición papal. El sello mariano de su ministerio ha quedado también unido a ese primer gesto papal.
La singularidad de su nombre pontificio -que no tenía precedentes- abarca lo mejor de todos los santos: la austeridad, la pobreza, la fraternidad, la humildad y la sensibilidad de Francisco de Asís; la apertura misional al mundo y especialmente al Oriente de Francisco Javier; la humildad, el espíritu ignaciano y la actitud de sacrificio del jesuita Francisco de Borja; la misionalidad latinoamericana de Francisco Solano; la sabiduría humanizante y humanizadora de Francisco de Sales, entre otros. El Papa Francisco I tiene algo de cada Francisco y, a la vez, como todos ellos, es singularmente personal.
El Papa Francisco I se lleva lo mejor del Cardenal Jorge Mario Bergoglio para el ministerio de Pedro: sus viajes en el subte de la ciudad de Buenos Aires; sus visitas a la Villa 31; su presencia en las cárceles, su aliento a las escuelas, sus palabras a las enfermos de VIH, su paso por  la Compañía de Jesús de la ciudad de Córdoba; su conversaciones con los cartoneros y las víctimas de la trata; su capacidad de respeto, escucha y cercanía, su actitud conciliadora, su apertura ecuménica, su capacidad de dialogar y de decir las cosas tal como su conciencia lo dictaba y mucho, mucho más que sabemos y también otras que ignoramos.
A nosotros nos toca –en este momento oportuno- hacer un sencillo acto de fe: Francisco I es el Papa que Dios ha querido para transitar con su Iglesia este desafiante milenio que nos sigue retando para navegar mar adentro.

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